martes, 1 de octubre de 2013

Uno.

El estado irreverente. 

No sé cuándo sucedió o cómo ella sucumbió pero a él le agradó la idea de que pudiese tenerla cual objeto consumido al alba. Ella era una muchachilla fácil, excéntrica pero muy fácil. Fácil de amar, fácil de conocer, fácil de descubrir, su alma era un libro abierto, mente práctica y de interés socio aprehensivo.
No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
Él la vio, tardía a su casa. Ella casi corriendo no se encontraba y torpe tropezó. Al levantarla el la deseó, la deseó al consumo infinito pasional, pecó. Miedosa a través de su espanto huyó. No conoció amor o deseo antes de verle a Él, tan fuerte. Al verle otro día, a su cita asistida, sintió confianza. De la misma confianza que se le tiene al mejor amigo y sin conocerle se le prestó. Sintió conocerle antes y la tomó, suya, le hizo el amor y se unieron en carne, pasión y plenitud. Éxtasis mortal pues al dejarle por la mañana, desnuda, incoherente, le amenazó la incertidumbre de la depresión y así tan fría, sola y aparentemente desgastada, la tristeza la consumió a tal grado de hacerla una mujer sin gestión, sin alma, sin aserción. Murió. De Él jamás se supo, nadie le conoció, nadie le vio con Ella. Era sólo un mal recuerdo, una historia inventada, un pretexto, una alucinación, un fantasma. ¿Le robó la vida o fue la psicosis de la amante ciega la que la orilló a consumirse como una rosa ante la vibra desgraciada? No se sabe, pero el sentimiento fue real, Ella lo supo pues Ella conoció el amor. El amor en mente, en locura.